Ahora sí, se acabó.

Todo un curso por detrás. Un curso del que hemos aprendido muchísimas cosas. Y no me refiero a los planos contenidos de los libros de texto, sino a lo que ha sucedido y no debió suceder. Sin embargo, el tiempo ha dado a un sentido a todo, y no recuerdo un día en el que realmente me haya pasado algo negativo.

Ahora contemplo las reacciones de la gente. Unos, que por no querer, a pesar de tener capacidad de sobra van a desperdiciar un año de su vida repitiendo curso.
Otros, que con casualidades, serendipias y trampas van a aprobar de forma injusta.
Y es que, para bueno o para malo, a día de hoy los términos educación y memorizar van íntimamente ligados. Ojalá vea el día en que eso se cambie por un método mejor.

Pero el tema del que quería escribir hoy es un poco extraño. Quiero agradeceros a todos el año que he pasado. Porque sois fabulosos, porque os lo merecéis, porque sí.
Enhorabuena, formáis parte de mí y de mucha gente. Sois importantes para mucha gente. Todos.

Y es que uno de los aspectos más dolorosos del instituto es que el tiempo se deja pasar más que en otros lugares. Cada año desaparece una parte de su historia, y llegan otros que ocupan su lugar, mientras los del medio avanzan. Es un bucle infinito sin sentido, pero lógico.

Pensar que hay gente que quizá no vuelva a ver nunca, a partir de estos últimos días es algo que me resulta impresionante, contundente.

Porque sois los mejores, y os lo habéis ganado...

GRACIAS. ¿Quién sabe qué nos depara el futuro más próximo? Eso es algo aterrador, pero también lo que da sentido a la vida.