lunes, noviembre 06, 2006

Echo de menos...

...aquellos primeros días en Aguadulce, en que todo era nuevo y todo parecía resplandeciente.

...el primer día del colegio, con aquel profesor nuestro, Manolo, y Claudio, Rogelio y Carlos Rivera sentados a mi alrededor.

...aquellas tardes que pasaba en los veranos, con aquel amigo y aquellas viejas Nintendo 64.

...aquellos días de mi primera comunión, en los que recibía tantas visitas de gente que hacía tanto tiempo que no veía.

...aquel verano en la casa nueva, cuando estábamos casi solos en la comunidad.

...aquella historia que escribí para el concurso de Ana María Romero Yegua

...aquellos amigos del colegio, a los que apenas veo, desde una sensación de falsa, falsísima lejanía, ¿eh, Antonio?

...aquella interminable historia en el colegio con el London Tourist Board.

...las horas perdidas de Habilidades Sociales, uno de los pocos recuerdos del colegio que realmente siento cercanos.

...aquel día interminable en Portugal.

...aquellos días en los que estaba tan nervioso, poco antes de empezar el instituto.

...el día de presentación de primero. Un nuevo ciclo.

...los primeros días del instituto, en los que conocí gente realmente estupenda.

...a Fernando, a Rogelio y a Juan Palaoro, los que se sentaron en la misma mesa que yo.

...las clases con aquel profesor de Naturales, que parecían ser tan surrealistas.

...las famosas historias que todos tenemos en la cabeza, como la del 600 fosforito.

...aquella mañana en la que me enteré en el instituto del atentado de Madrid. Ha sido ETA.

...aquel estrés al que sometíamos a la profesora de plástica.

...aquel verano, en el que ni siquiera sabía si lo que sentía era real o una ilusión.

...aquel segundo curso, con todas las esperanzas de que las cosas marcharan mejor, si era posible.

...aquellos coloquios caninos de los que tantas cosas aprendí (buenas o malas).

...aquellas mañanas en las que Regina nos hacía despertar, con la energía que siempre traía.

...aquellos innumerables textos de sociales, de los que recuerdo muchas más cosas que del libro de texto (por suerte).

...aquellos tres días en Cazorla, que son únicos e insuperables. Gracias por permitirme conoceros.

...aquella sopa con el huevo duro que resultó tan famosa para mis compañeros de cabaña.

...aquellos programas de Buenafuente que empecé a ver en junio.

...aquella temporada de tenis tan provechosa. Lástima que no se incorporara más gente.

...aquel tercer curso, y el retornar de las historias que todos recordamos.

...aquellas horas de tutoría propias de telenovela.

...aquellos días en la Ragua, que también fueron espectaculares.

...aquella mañana en la que oí a gritos desde el pasillo "¡Que me da igual, quiero nombres, quiero nombres!" Mítico.

...Hablando del obispo de Roma, los dos viajes a Terra Mítica, sobre todo el primero, que también fue una magnífica experiencia

....aquella historia por aquel texto que escribí, y que fue el comienzo de ver que no todo el mundo era tan cabrón como podía parecerlo, sino todo lo contrario.

...aquellas indirectas que mandábamos a todas horas unos y otros, que hacían la historia, aún si cabía, más interesante.

...aquellos últimos días de curso, en el que todos estábamos confusos y no podíamos distinguir al malo del bueno, ni aún en jefatura de estudios.

...aquel mundial en que descubrimos que la vida pudo haber sido maravillosa, pero tampoco quiso serlo.

...aquella segunda temporada de tenis, que no fue tan intensa como la anterior, pero sí con mejores conversaciones.

...y las mañanas y tardes de reflexiones absurdas y triviales, tan sencillas y tan importantes para mí, que mantuve con la mejor gente del mundo este verano.


Ahora podría hacerse un tachón en esa historia entre dos de esa mejor gente del mundo, pero sé que el tiempo lo solucionará. No lo deseo. Lo sé. Y vosotros también, aunque no lo creáis o no lo queráis creer.



A todos aquellos que querrían estar y no están.

A los que estuvieron y se fueron sin hacer ruido.

A los que están, pero se irán por su propia cuenta y me dejarán.

Y sobre todo, a los que estuvieron, están, y estarán. Que no son muchos, pero son geniales.


Porque llegará el día en que eche de menos este momento, en el que escribo esta patochada sin sentido.
O quizás, quién sabe, en ese día que me imagino seré yo el que no esté. Los astros son caprichosos, por eso solo hablan en líneas 806...